DANZAD PUNTAS DANZAD
Lo importante no es llegar al final de un camino, sino cuando
llegas tener otro nuevo por el que empezar a transitar.
He puesto una olla al fuego y ya hierve el agua, es el momento de meter
las puntas, ¡Cuanto camino recorrido con
ellas¡ esas puntas tantos años guardadas, hoy es el momento de darles su
merecido descanso, mañana lo haré yo después de mi última función como profesional.
Ya no me acordaba del fuerte olor de la cola al derretirse,
¡eso me colocaba sin pretenderlo¡
Están blandas, voy a la cocina a buscar las pinzas largas, las
que uso para la carne, y sacar las puntas sin quemarme.
Las giro como si fueran un calcetín, saco el yeso y el cartón
del extremo y luego la suela.
Las vuelvo a poner del derecho y espero que se sequen para
trabajarlas y amoldarlas al pie. Al final se habrán convertido en medias puntas. El té
que puse en la olla ha dado resultado, le han dado color.
Mientras espero, mi mente viaja por el tiempo; aquel día de mi primera audición,
a pesar de los años transcurridos recuerdo cada detalle de aquella jornada.
La noche anterior los nervios se apoderaron de mí, pase gran
parte de la noche en vela, revolviéndome inquieta en la cama repasando
mentalmente las lecciones de mi tutor.
Colocar el cuerpo perfectamente alineado en un eje vertical, los
hombros hacia atrás, relajados y centrados sobre las caderas, la pelvis
derecha, la espalda recta, las piernas bien estiradas y rectas, el peso del
cuerpo apoyado por igual en ambos pies.
Me veía a mi misma como suspendida en el vacío, por un hilo que
me salía desde la cabeza.
Retumbaban en mi cerebro las palabras de mi tutor, que me decía
que para trabajar las puntas lo más importante es la coordinación de todo el
cuerpo, algo como que cada parte se adapte sin mostrar esfuerzo, sin perder la
posición inicial. Una y otra vez me repetía -No curves los dedos de los pies y no los encojas, las rodillas
completamente rectas para que la articulación del tobillo forme un ángulo recto
con el pie que va delante al colocarse
en demi-pointe.
Me desperté bañada en sudor frío, parecía que los huesos se me
iban a descoyuntar. Los tobillos
parecían frágiles a punto de romperse y los dedos de los pies estaban agarrotados y los tenía cubiertos de manchas coloradas que no se habían desvanecido
del ensayo del día anterior, y me dolían enormemente.
Me costaba mover los pies, estaba tensa, dolorida y agarrotada
¿cómo iba a poder bailar?
Pero aquella audición si salía elegida, podía ser el principio
de un camino soñado y deseado.
Recuerdo perfectamente todas esas sensaciones como si fuera
ahora mismo, lo que no logro acertar es como fui capaz de llegar hasta la
ducha, notar el agua bien caliente abrazando mi cuerpo, sabía que eso era lo
imprescindible para desentumecer los músculos, pero no sirvió para alejar mis
miedos y menos mis nervios.
También recuerdo cuando llegué al conservatorio, y deje mi
bolsa en un rincón. Ponerme el maillot, los leotardos y las puntas supuso un
esfuerzo que me dejó casi sin aliento, pero al final llegue a la barra para
hacer ejercicios de estiramiento, me puse en posición y empecé suavemente formando grand
battement y después varios pliés,
doblando arriba y abajo las rodillas.
Pero no me centraba aunque el dolor empezaba a remitir, aquello
hervía de bailarines y bailarinas esperando como yo, oír su nombre para bailar
ante el jurado.
Ellos y ellas hacían estiramientos, algunos incluso formando Primer
Arabesque e incluso los más atrevidos unos Ecartés.
El caso es que parecían ajenos a lo que los rodeaba, sin
dignarse a mirar a nadie, realizándolo con una impecable técnica, pareciendo
que aquello era fácil.
Lo recuerdo como si sucediera ahora, pensé que cualquiera de
ellos era mejor que yo, que con dificultad había llegado a ejecutar un frappé
sobre puntillas de tres cuartos, me acuerdo que estuve a punto de recoger
mis cosas y marchar huyendo de allí.
Cuando entré en la sala de la audición me chocó ver lo grande
que era, el suelo cubierto con una madera brillante formando espigas. Al fondo estaba la mesa
de los jueces. Mientras dejé mi CD para empezar, pude fijarme que el jurado
estaba compuesto por dos hombres, uno de mediana edad y otro entrado en años,
este con el pelo surcado de estrías plateadas, tez sólida y adusta. El otro más
joven con la cabeza como una bola de billar sobre la que resbalaba la luz
indirecta, que entraba por las ventanas.
También estaban sentadas dos señoras de edad madura, una de
ellas con gafas, las dos con una mirada inquisidora y sin levantar la
vista para mirarme. Consultaban todo el rato carpetas de diversos colores.
Me sentí intimidada, esa sensación la he vuelto a sentir muchas
más veces el primer día del estreno. Tanta cara seria, se respiraba un ambiente
tenso y pesado, como si desearan que aquella audición acabara pronto, por tener
la bailarina escogida de antemano y aquello fuera por pura comedia, para pasar
un trámite.
Para bailar había escogido el tercer movimiento del verano, de
las cuatro estaciones de Vivaldi.
Me situé en el centro de la sala esperando los primeros acordes
para empezar, la coreografía la había preparado a conciencia con mi tutor. Me
dolían extraordinariamente los tobillos parecía que se me iban a romper de un
momento a otro, tenía el cuerpo tembloroso pero disimulé el dolor, y enseguida me
puse en posición correcta, la aprendida en tantas sesiones.
Al principio mi cerebro repetía las órdenes para dar los pasos al ritmo de los compases, pero poco a poco mi cuerpo fue desoyendo esas órdenes y fue entrando en el ritmo de la melodía. como si quisiera convertir la música en sentimiento.
La tormenta de Vivaldi fue para mi la tormenta perfecta, para que mi alma dirigiera todos los músculos de mi cuerpo, en una comunión maravillosa dando vida propia a mis puntas, para que danzaran y danzaran sin parar, creando un efecto de enorme belleza, que ponía la carne de gallina.
Al acabar habló una de las señoras del jurado, la que estaba en
el extremo derecho de la mesa, bordeaba la cincuentena, facciones toscas pero
inteligentes, unas gafas de alambre que le daban un aire de maestra, un porte
distinguido.
Me esbozó una sonrisa, pero lo que me llamó la atención fue
cuando se levantó y vi sus piernas, sin
duda había sido bailarina, colocó, los pies tocándose los tobillos y las puntas
hacia afuera formando un perfecto Dehors.
Con voz autoritaria pero sin dejar de ser amable, me indicó que
ya recibiría noticias.
He de reconocer que mi cara en aquel momento debió ser franca y radiante, llena de expectación, todavía no conocía el miedo, el dolor y el sacrificio de la vida que deseaba empezar.
Sin duda estaba llena de esperanza, que en cierto modo no deja
de ser miedo, por aquello que deseamos pero no confiamos del todo que podamos
conseguir.
Saludé, recogí mis cosas con dignidad de princesa, y salí dando
pequeños saltos como si fuera una pequeña gacela herida.
Días después me sorprendió enormemente recibir aquella carta
anunciándome que había sido la elegida en la audición.
Recuerdo que era un viernes por la tarde, mi alegría era tal que
de un modo u otro, o quizás de manera inconsciente guarde esas puntas, que han
estado viviendo con otras puntas, pero esas nunca más me las puse, han sido mi
amuleto de la suerte.
Aquel día danzaron y danzaron por mí. Ahora las he convertido en
medias puntas y tanto ellas como yo hemos llegado al final del camino, pero
para empezar otro nuevo.