domingo, 25 de mayo de 2014

DANZAD PUNTAS DANZAD

                 DANZAD PUNTAS DANZAD



   Lo importante no es llegar al final de un camino, sino cuando llegas tener otro nuevo por el que empezar a transitar.
   He puesto una olla al fuego y ya hierve el agua, es el momento de meter las puntas, ¡Cuanto camino recorrido con  ellas¡ esas puntas tantos años guardadas, hoy es el momento de darles su merecido descanso, mañana lo haré yo después de mi última función como profesional.
   Ya no me acordaba del fuerte olor de la cola al derretirse, ¡eso me colocaba sin pretenderlo¡
   Están blandas, voy a la cocina a buscar las pinzas largas, las que uso para la carne,  y sacar las puntas sin quemarme.
   Las giro como si fueran un calcetín, saco el yeso y el cartón del extremo y luego la suela.
   Las vuelvo a poner del derecho y espero que se sequen para trabajarlas y amoldarlas al pie. Al final se habrán convertido en medias puntas. El té que puse en la olla ha dado resultado, le han dado color.
   
   Mientras espero, mi mente viaja por el tiempo; aquel día de mi primera audición, a pesar de los años transcurridos recuerdo cada detalle de aquella jornada.
   La noche anterior los nervios se apoderaron de mí, pase gran parte de la noche en vela, revolviéndome inquieta en la cama repasando mentalmente las lecciones de mi tutor.
   Colocar el cuerpo perfectamente alineado en un eje vertical, los hombros hacia atrás, relajados y centrados sobre las caderas, la pelvis derecha, la espalda recta, las piernas bien estiradas y rectas, el peso del cuerpo apoyado por igual en ambos pies.
   Me veía a mi misma como suspendida en el vacío, por un hilo que me salía desde la cabeza.
   Retumbaban en mi cerebro las palabras de mi tutor, que me decía que para trabajar las puntas lo más importante es la coordinación de todo el cuerpo, algo como que cada parte se adapte sin mostrar esfuerzo, sin perder la posición inicial.  Una y otra vez me repetía -No curves los dedos de los pies y no los encojas, las rodillas completamente rectas para que la articulación del tobillo forme un ángulo recto con  el pie que va delante al colocarse en demi-pointe.
   Me desperté bañada en sudor frío, parecía que los huesos se me iban a descoyuntar.  Los tobillos parecían frágiles a punto de romperse y los dedos de los pies estaban agarrotados y los tenía cubiertos de manchas coloradas que no se habían desvanecido del ensayo del día anterior, y me dolían enormemente.
   Me costaba mover los pies, estaba tensa, dolorida y agarrotada ¿cómo iba a poder bailar?
   Pero aquella audición si salía elegida, podía ser el principio de un camino soñado y deseado.
   Recuerdo perfectamente todas esas sensaciones como si fuera ahora mismo, lo que no logro acertar es como fui capaz de llegar hasta la ducha, notar el agua bien caliente abrazando mi cuerpo, sabía que eso era lo imprescindible para desentumecer los músculos, pero no sirvió para alejar mis miedos y menos mis nervios.
   También recuerdo cuando llegué al conservatorio, y deje mi bolsa en un rincón. Ponerme el maillot, los leotardos y las puntas supuso un esfuerzo que me dejó casi sin aliento, pero al final llegue a la barra para hacer ejercicios de estiramiento, me puse en posición y empecé suavemente formando grand battement y después varios  pliés, doblando arriba y abajo las rodillas.
   Pero no me centraba aunque el dolor empezaba a remitir, aquello hervía de bailarines y bailarinas esperando como yo, oír su nombre para bailar ante el jurado.
   Ellos y ellas hacían estiramientos, algunos incluso formando Primer Arabesque e incluso los más atrevidos unos Ecartés.
   El caso es que parecían ajenos a lo que los rodeaba, sin dignarse a mirar a nadie, realizándolo con una impecable técnica, pareciendo que aquello era fácil.
   Lo recuerdo como si sucediera ahora, pensé que cualquiera de ellos era mejor que yo, que con dificultad había llegado a ejecutar un frappé sobre puntillas de tres cuartos, me acuerdo que estuve a punto de recoger mis cosas y marchar huyendo de allí.

   Cuando entré en la sala de la audición me chocó ver lo grande que era, el suelo cubierto con una madera brillante formando espigas. Al fondo estaba la mesa de los jueces. Mientras dejé mi CD para empezar, pude fijarme que el jurado estaba compuesto por dos hombres, uno de mediana edad y otro entrado en años, este con el pelo surcado de estrías plateadas, tez sólida y adusta. El otro más joven con la cabeza como una bola de billar sobre la que resbalaba la luz indirecta, que entraba por las ventanas.
   También estaban sentadas dos señoras de edad madura, una de ellas con gafas, las dos con una mirada inquisidora y sin levantar la vista para mirarme. Consultaban todo el rato carpetas de diversos colores.
   Me sentí intimidada, esa sensación la he vuelto a sentir muchas más veces el primer día del estreno. Tanta cara seria, se respiraba un ambiente tenso y pesado, como si desearan que aquella audición acabara pronto, por tener la bailarina escogida de antemano y aquello fuera por pura comedia, para pasar un trámite.
   Para bailar había escogido el tercer movimiento del verano, de las cuatro estaciones de Vivaldi.
   Me situé en el centro de la sala esperando los primeros acordes para empezar, la coreografía la había preparado a conciencia con mi tutor. Me dolían extraordinariamente los tobillos parecía que se me iban a romper de un momento a otro, tenía el cuerpo tembloroso pero disimulé el dolor, y enseguida me puse en posición correcta, la aprendida en tantas sesiones.
    Al principio mi cerebro repetía las órdenes para dar los pasos al ritmo de los compases, pero poco a poco mi cuerpo fue desoyendo esas órdenes y fue entrando en el ritmo de la melodía. como si quisiera convertir la música en sentimiento.
   La tormenta de Vivaldi fue para mi la tormenta perfecta, para que mi alma dirigiera todos los músculos de mi cuerpo, en una comunión maravillosa dando vida propia a mis puntas, para que danzaran y danzaran sin parar, creando un efecto de enorme belleza, que ponía la carne de gallina.
      
   Al acabar habló una de las señoras del jurado, la que estaba en el extremo derecho de la mesa, bordeaba la cincuentena, facciones toscas pero inteligentes, unas gafas de alambre que le daban un aire de maestra, un porte distinguido.
   Me esbozó una sonrisa, pero lo que me llamó la atención fue cuando se levantó  y vi sus piernas, sin duda había sido bailarina, colocó, los pies tocándose los tobillos y las puntas hacia afuera formando un  perfecto Dehors.
   Con voz autoritaria pero sin dejar de ser amable, me indicó que ya recibiría noticias.
   He de reconocer que mi cara en aquel momento debió ser franca y radiante, llena de expectación, todavía no conocía el miedo, el dolor y el sacrificio de la vida que deseaba empezar.
   Sin duda estaba llena de esperanza, que en cierto modo no deja de ser miedo, por aquello que deseamos pero no confiamos del todo que podamos conseguir.
   Saludé, recogí mis cosas con dignidad de princesa, y salí dando pequeños saltos como si fuera una pequeña gacela herida.
  
   Días después me sorprendió enormemente recibir aquella carta anunciándome que había sido la elegida en la audición.
   Recuerdo que era un viernes por la tarde, mi alegría era tal que de un modo u otro, o quizás de manera inconsciente guarde esas puntas, que han estado viviendo con otras puntas, pero esas nunca más me las puse, han sido mi amuleto de la suerte.
   Aquel día danzaron y danzaron por mí. Ahora las he convertido en medias puntas y tanto ellas como yo hemos llegado al final del camino, pero para empezar otro nuevo.






   
  
   
   
   

sábado, 17 de mayo de 2014

LA CHICA QUE TENÍA LOS OJOS TRISTES



                                      LA CHICA QUE TENÍA LOS OJOS TRISTES


   Cuando la conocí, lo primero que vi fueron unos lagrimales enrojecidos como si estuvieran llenos de granos de arena.
   -- ¿Por qué estás triste? --Le pregunté
   Ella no supo que contestar, miró de lado a lado como si buscara a alguien que le ayudara a responder:
   Al verla así quise facilitarle la respuesta y modulando mis palabras le dije:
   --Parece que tu pensamiento está solitario, como si vagara buscando por los rincones del desierto de los pensamientos. ¿Qué buscas?
   Entonces fijó la vista hacia el suelo, se puso las manos tapándose la boca, como un niño pequeño al que se le reprende, estaba rodeada de un aura de inocencia.
   Le pregunté:
   --¿Por qué no me miras?
   Alzó la vista y me miró, entonces pude observar con detalle su cara, estaba triste, como si conociera demasiado el miedo y el dolor, pero al mismo tiempo se adivinaba una mujer acorazada contra el mundo.
   Seguía en silencio, como si solamente pudiera hablar a través de la mirada. Entonces me di perfecta cuenta de que aquella mirada era como un dolor de pérdida, en el fondo era una mujer muy frágil. Proseguí hablando:
   --En tu mirada se refleja la tristeza de un corazón desengañado, que se protege con la coraza del silencio, para no dejar verter aquellas lágrimas que demostrarían debilidad, frente a aquellos golpes bajos que la vida te ha dado.
   Se instaló un poderoso silencio, de aquellos que te envuelven. Ahora en sus ojos se reflejaba la luz del atardecer, apenas un destello.La tarde estaba muy avanzada, todo se cubría de tonos dorados alargando las sombras. Soplaba una ligera brisa cargada de un olor seco que oreaba la garganta.
   --Parece --continué-- como si tu objetivo no se hubiera aclarado con el sol de la impaciencia ¿No es cierto?
   Le tomé las manos y la atraje hacia mí, era como si nos conociéramos de toda la vida, se había instalado entre nosotros una poderosa sensación de seguridad.
   Alcé el brazo invitándola a mirar al horizonte hasta donde se confunde con la vista. La miré y le mostré una franca sonrisa mientras le decía:
   --Yo te digo.. ¡Sonríe¡ Llena esta tristeza y el vacío y llénalo de alegría --tomé un pequeño respiro y module mis palabras-- Aprenderás, con el paso del tiempo, el verdadero sentido de vivir con orgullo, con ganas de saltar los barrancos que el mundo cava a tus pies.
   Empezamos a caminar sobre la ardiente arena, ella levantó la mano señalando hacia un águila real, que con sus alas extendidas planeaba majestuosamente sobre nuestras cabezas.
   --Fíjate vuela en libertad, seguro que ha abandonado sus miedos --Esbozó una gran sonrisa, se alzó de puntillas y me dio un cálido beso en la mejilla.


 



miércoles, 7 de mayo de 2014

EL DESIERTO QUE LLORA

             EL DESIERTO QUE LLORA




   Cuando preguntas a la gente de qué color es el mar o cómo es el desierto y nada más saben que responderte que el mar es azul y el desierto una masa de arena inmóvil, no te preocupes.
  Yo tardé 23 años de mi vida en encontrar alguien que me enseñara a ver, que el mar tiene muchos colores y el desierto no para de moverse.
  Desde entonces he aprendido a ver los mil matices de la vida.
  Todo ocurrió cuando transitando por el desierto del Sahara, percibí de pronto un rumor como de hombre que pena y gime.
   —¿Será —me dije— el rumor del viento que resbala sobre la arena?
Entonces pregunté al árabe que me servía de guía:
   —¿No oyes ese rumor que parece el gemido de un hombre en pena?
   ---Sí, lo oigo
   —Y ¿sabes qué podría ser esto?
   —Es el desierto que llora
   —¡Cómo¡ ¿El desierto que llora?
   —Sí, todas las noches a esta hora, el desierto llora y se lamenta, porque quiere ser pradera.


  





  

domingo, 4 de mayo de 2014

UNAS BUENA TETAS JUSTIFICAN CASI TODO

                UNAS BUENAS TETAS JUSTIFICAN CASI TODO



   Cada viernes nos reunimos un grupo reducido de amigos, todos somos diferentes y quizás eso sea el motivo por el que llevemos años haciéndolo.
   El restaurante es pequeño, apenas diez mesas, pero suficiente para que estemos como en casa. La cocina es exquisita y el precio razonable..
   Hablamos de manera abierta sobre muchas cosas, nuestros puntos de vista son bien diferentes, pero sabemos que la amistad está por encima de todo, de manera que nunca como se suele decir, llega la sangre al río.
   Pero lo que os voy a explicar supuso un antes y un después, para Octavio.
   Octavio es un hombre peculiar, no puede disimular su oronda y vigorosa barriga trazada como una perfecta curva.
   Contrariamente a lo que podía parecer por su hechura, es ágil y activo. Pero de todas formas no puede disimular por mucho que nos diga que va al gimnasio, que hace más ejercicio delante de una fabada asturiana, una paellla, o unas cañas de cerveza, que ante un banquillo de Step, una máquina de remos o una prensa de piernas, por no hablar de unas simples pesas.
   Le llamamos el clic-yo. Bueno todos tenemos motes que utilizamos cuando el titular no está presente, en eso cumplimos con la norma de criticar al ausente.
   Bien, volvamos al clic-yo. Lo de clic porque no se le escapa ninguna mujer, las repasa a todas de arriba a abajo en cuestión de mili segundos, casi más rápido que el clic de cualquier cámara Kodak.
   Lo del yo, que a veces sustituimos por el yo-yo, porque todo su universo se mueve sobe un solo eje, él mismo.
    Mientras alguien habla sobre un asunto, los pensamientos de Octavio corren lanzados hacia la respuesta, sin esperar a que se acabe ya empieza a rebatir la cuestión, como una pala excavadora que abre boquete.  
   Cualquier cosa que se discuta siempre tiene la respuesta, o corrige las tesis.
   Su táctica es bien sencilla, ni escucha ni deja hablar, y por puntos gana la partida, o simplemente por agotamiento. Cuando nos quejamos dice que le gusta ser polémico y con eso tapa su narcisismo.
   Pero como le queremos, aceptamos con simpatía y deportividad su manera de ser.
   La verdad; los demás no estamos libres para tirar la primera piedra y constituirnos en jueces.
   Si surge algo de historia, por ejemplo la fecha de la fatídica bomba de Hiroshima, no deja que nadie se adelante a esa sencilla respuesta, escuetamente lanza el seis de agosto del cuarenta y cinco.
   Si es de fútbol y su historia, no pierde el tiempo y rápidamente nos ilustra sobre el siglo XVII que aparecieron los primeros reglamentos.
   Si otro día sale la típica pregunta si en las cuevas las que cuelgan son las estalactitas o las estalagmitas, cosa que casi todos confundimos; zanja la duda con la rapidez como cae un rayo: Las estalactitas.
   Un viernes el tema predominante fue la medicina, aquí lo tenía difícil porque yo soy médico, pero a pesar de ello se atrevió desviando el tema hacia un terreno ético: desconectar o no a los enfermos terminales.
   Otro del grupo es escritor, el clic-yo lo máximo que llega a leer es el billete del autobús, pero como es conocedor de la música pop y el rock, siempre acaba desviando el asunto cultural hacia la música.
   Para que voy a seguir, sea la temática que sea; economía, sociedad, familia, pueblos, geografía, política, da lo mismo, parece imbatible, pero ahora todo ha cambiado según veréis.
   Cuando no pocas veces hacemos notar sus errores, siempre hábilmente improvisa una carretera serpenteante que pasando por la pregunta de quién mató a Kennedy, o si lo de pisar la luna fue una engañifa de la CIA, o como Nerón incendió Roma, acaba en una nebulosa de tal calibre que ya nadie sabe cual era el origen de la cuestión.
   En resumen el clic-yo es uno de aquellos personajes que para el que no lo conoce, se pregunta cómo no va a esos concursos de la televisión, que mediante respuestas correctas se gana tanto dinero. Pero no saben lo que sabemos nosotros, que las apariencias engañan y seguramente no pasaría de la primera eliminación.

   Pero vamos al suceso en sí, a ese viernes que hizo cambiar a Octavio, porque para algo, a pesar de todo, no se puede negar que es un tío inteligente.

   El martes de la semana que ocurrió aquello, dos de nosotros acompañamos a Sergio a Girona, tenía que recoger dos pasajes en el aeropuerto. Sacarlos por internet costaban cinco euros más.
   Siempre se pasa la vida buscando las ofertas, y ese aeropuerto es el palacio de los viajes de bajo costo, claro que nunca suma el costo del desplazamiento a la cantidad ahorrada, pero eso es otra historia.
   El caso que por casualidad acabamos comiendo en un hostal, nada menos que del siglo XVII, dónde paraban los carruajes. El dueño nos estuvo explicando la historia del lugar, estaba orgulloso porque justamente esa semana habían retirado el andamiaje de la fachada, restaurada a su aspecto original.
   Una fachada carente de columnas, con una puerta pequeña coronada por un sencillo capitel, toda ella presentaba un aspecto sin barroquismos, lisa y sobria pero elegante.
   Por lo visto llevaba años cubierta por una terraza y en nada se parecía a  la actual. De hecho el dueño empezaba a preparar las cosas para el evento de la inminente inauguración, se podía decir que nuestros ojos eran los primeros en este siglo que veían el hostal restaurado, en su aspecto original.
   Sergio no paró de hacer fotografías con su móvil, otra de las manías de casi todos los del grupo, los móviles y sus odiosos wap-saps. A veces parece que nos reunimos para que los móviles intercambien sus opiniones, cosa por otro lado bastante habitual hoy en día, es más yo soy de los que opinan que pronto se podrá uno casar con su móvil.
   El restaurante no suele llenarse, pero ese viernes había mucha gente, el ruido al fondo del entrechocar de cubiertos y platos, se añadía al murmullo de las conversaciones, aquello hervía.
   Como siempre, solamente sirve una camarera, es joven y atractiva. Aquel día llevaba un suéter ceñido de color rojo, tenía que moverse casi con  desespero para atender a todos, de modo que al caminar de ese modo los pechos le rebotaban exageradamente.
   Sergio empezó a explicar el reciente episodio del hostal, con todo lujo de detalles pero antes de mencionar lo de la restauración, Octavio intervino; él conocía ese hostal, ¡como no¡, y empezó su discurso sobre su historia, básicamente sobre el estilo arquitectónico de la fachada; entrando en detalles sobre las columnas, enormes macizas y gemelas con sus bases anchas. Llena toda ella de grandes ventanales cargados de barrocos adornos de piedra.
   Sergio quiso decirle que se estaba equivocando, pero no escuchó y siguió hablando, ¿a él le iban a decir que no conocía ese hostal? ¡Faltaría más¡
   Los que habíamos acompañado a Sergio, cruzamos unas miradas de complicidad, lo que oímos era fruto de la imaginación y contrario a la realidad, vivida por nosotros tan solo hacía tres días. Pero aguantamos nuestra sonrisa y dejamos que prosiguiera metiéndose en ese jardín.
   En un momento dado Sergio sacó su móvil y enseñó las fotos, ya se sabe una imagen vale más que mil palabras, y no hay argumentos ni carreteras sinuosas para rebatir semejante testimonio irrefutable, de que aquello que nos estaba contando era una invención, o siendo amables una confusión. Por fin Octavio no tendría más remedio que aceptar que estaba equivocado.
   Desde luego no se puede negar que volvía ser el centro de atención de la mesa, pero esta vez por motivos bien diferentes.
   Octavio desvió la mirada del móvil, como si aquello no fuera con él, y ¿sabéis que dijo como toda contestación?, Señaló con la cabeza a la camarera diciendo:
   —Mirar que llega a estar buena hoy la camarera. ¿Os habéis fijado como se le mueven las tetas?
   Todos nos pusimos a reír, este hombre era inútil.
   Desde ese día el clic-yo, ya no desea ser el centro y parece que controla mejor sus deseos de notoriedad.