domingo, 3 de noviembre de 2013

NARRACION:LA PIEDRA ROJA



                                  LA PIEDRA ROJA         



   Llegar a Dos Soles por tierra supone una aventura, vengáis de Macapá, de Belem o de Santarem; ya que después de que hayáis sorteado el gran Amazonas se acaba el camino, y la pequeña senda que continúa es poco conocida, angosta, tortuosa y sobre todo muy empinada. Pero he de reconocer que bien vale el esfuerzo.
"Una vez al año..."
   A medida que vas bajando lo que antes era una mancha blanca y confusa se va agrandando y el panorama se colorea de diferentes tonos azulados, ocres y verdes. Es cómo si tuvieras  en la lejanía  una gran pintura en la cual fueras entrando lentamente definiendo los detalles; ahora la playa, más allá los pinos y encuadrándolo todo, al fondo, el horizonte marino.
   Pero si no estáis limpios de espíritu, si todavía tenéis reservas, si os preocupa el qué dirán, o solamente pensáis en vosotros mismos; o quizás no sepáis dar sin esperar, más vale que no intentéis ir porque jamás llegareis.
  
   Una vez al año, justamente el día de dos soles que es una jornada coloreado desde la salida del sol hasta la puesta del sol. Los habitantes no sacan sus barcas para pescar y las mujeres se afanan en los preparativos de la fiesta.
   El vino (elaborado con frutas, coco y plantas destiladas de forma natural), corre en abundancia; abundan los pescados cocinados con hierbas aromáticas.
   Desde la salida del sol nadie para de bailar al ritmo de las maracas y las panderetas, y ese día todo está permitido excepto dos cosas: morirse o llorar. Solamente una consigna la risa debe ser la reina de la fiesta.
  
   No os puedo explicar de dónde viene el nombre de tan singular población; seguramente será porque ese momento especial, a la salida del sol se ven dos soles.
  Ese día no el anterior ni el posterior, la naturaleza produce un fenómeno un tanto insólito. No sé si porque Dos Soles está situado a cero grados de latitud en el estuario del Amazonas, o debido a la estación calurosa de ese día, que es justo cuando empieza el verano, o por otro motivo que no acierto a explicar.
   El caso es que la temperatura del agua del mar al evaporarse forma una insólita reflexión que colorea el acantilado de levante de mil y un tonos colorados y amarillentos, pero cuidado, eso solamente sucede en el instante del nacimiento del sol. Esto no es especialmente singular, pero si lo que os voy a explicar.
   Desde un ángulo a medio kilómetro del acantilado, existe una piedra pintada de rojo que señala el lugar preciso desde dónde se contempla el extraño fenómeno. Justo en el preciso momento de la coronación del astro rey se ven dos soles, diáfanos y tan nítidos que no da lugar a dudar que ese efecto sea por efecto del vino y la fiesta.
   Esto ya no volverá a suceder hasta dentro de un año, es decir hasta el próximo día de dos soles, (el que se ve desde la piedra roja)
   Todos los del pueblo ascienden en romería cantando muy alegres hasta la piedra roja. Entonces al llegar esperan. Poco a poco el silencio se apodera del lugar, el ambiente es cada vez más espeso y denso a medida que va llegando el gran momento, sólo se acaba oyendo el murmullo lejano de las olas que rítmicamente van lamiendo la lejana playa.
   Hay mucha gente pero no importa, cada uno siente como si aquel efecto fuera para él solo. Todos están concentrados para formular de la mejor manera su deseo en el milagroso instante, ellos saben que la intensidad y la fe de su pensamiento, hará más fácil el camino para que dos soles de cumplimiento a sus anhelos.
 
   No soy capaz de describiros la magnificencia del sobrecogedor espectáculo desde la piedra roja; sólo os diré que a partir de ese instante todos desbordan una contagiosa alegría que no para hasta el ocaso de ese mismo día.
   Quizás sea como una carga de pilas para pasar el año, realmente no lo sé. El caso es que sea lo que sea os diré que yo llegué para unos días; ahora ya soy viejo, pero entonces era joven.
   Estoy sentado en la piedra roja, veo al fondo la cerrada bahía cuyos brazos de levante y poniente abrazan el mar protegiendo una pequeña playa aplacerada de arena fina y blanca, y a unos metros mi casa y una cincuentena más de paredes encaladas que reflejan la luz diáfana y transparente; no sólo del sol, sino de las almas que las habitan.

"...sino de las almas que las habitan."

   

 


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