OJOS DE AGUA
El atraso del avión mantiene en mi retina el recuerdo de los
días vividos y la calidez del abrazo de la despedida.
Desde la sala de espera miro la pista, sólo movimientos
nerviosos de operarios vestidos con monos con el logotipo de la compañía.
Alzo la vista y veo las estrellas, pero ellas no tienen la
respuesta, sólo queda esperar y no perder el rayo de esperanza que mantiene mi
ser absorto por los momentos pasados.
Estábamos sentados frente al pantalán, los olores de salitre,
brea, madera y yodo se mezclaban en los pulmones. Corría una brisa de poniente
que movía las drizas golpeando los mástiles de los yates, ese sonido adornaba
el silencio del atardecer.
—Suenan como un cascabel —dijo ella sonriendo
—Si fueras una melodía sonarías así —le contesté.
Ella con sus ojos expresó su
duda, quizás por desear alargar el piropo y preguntó:
—¿Cómo sería esa melodía?
—Sería cómo tú, un
cascabel de ilusiones.
Entonces me fije en sus iris de agua que reflejaban un tono
apagado, guardando insondables recuerdos de vida pasada, como deseando que
alguien la entendiera.
—Eres muy galante, si eres tan listo dime qué es aquello. —Dijo
esto acompañada por una mirada de misterio, señalaba un enorme noray.
—Eso es un noray, listilla —le contesté yo con satisfacción.
El ambiente continuaba, como en los días pasados; lleno de pequeños gestos, aquellos que
conforman el galanteo que como si fuera
una hoguera a medida que echas madera da llamas más poderosas.
—Y ¿para qué sirve? Anda si es eres tan listo, dímelo —respondió
ella, sin disimular que en realidad poco le importaba la respuesta, pero si que
yo le hablara.
—El noray es dónde atan las amarras los barcos... señora.
Habíamos pasado unos días inolvidables, de allí iríamos al
aeropuerto mi avión salía a medianoche.
Podría explicar ese tiempo con el lenguaje del amor, el fuego,
la pasión irresistible, las mariposas en el estómago, el temblor del alma y
cosas así. Pero imposible explicar esa bondad y paz, una cosa suave que
lentamente te va invadiendo.
Todo era demasiado peligroso, mis palabras se podían tornar,
frágiles como de cristal fino y se podía romper, entonces ver el daño de los
vidrios rotos clavándose en aquellos ojos de agua no lo podría soportar.
Pero es difícil abandonar una sombrilla al sol en pleno verano,
sin embargo era lo más prudente. Disfracé mi amor bajo el nombre de amistad,
porque ni mi edad ni la discreción de ella permitían reconocerlo.
Ella vestía sencillamente, siempre con una risa amistosa y
amable, mostrando un carácter jovial. Pero al tiempo rodeada de una imagen
de indecisión, como de niña perdida,
desamparada; en ese contraste residía su duende.
Aquello que me pasaba no tenía manera de clasificarlo dentro de
los conceptos tradicionales que creemos que cabe la vida, amistad, matrimonio,
amor, aventura, infidelidad. Era otra cosa que todavía no podría situar.
Permanecíamos callados mirando como el sol bajaba para fundirse
con el horizonte, esa hora de los colores.
Entonces apareció una gaviota solitaria, volaba majestuosamente
con las alas extendidas impelida por la brisa, como si fuera una pluma. Sobre
su pelaje blanco se reflejaba el sol amarillento del atardecer.
—Mira la gaviota, vuela sola —rompió nuestro silencio señalando
hacia el cielo.
Yo sentí en sus palabras un tono de tristeza.
—Si vuela sola, pero sé la vez feliz. —le contesté
—Quizás busque a su compañero que marchó. No... no está feliz
está llena de añoranza ¿No lo ves?
Esto me dejó descolocado, no quería que mi marcha regara de
gotas de tristeza mi última tarde.
—Bueno, pero seguro que volverá.
Sus ojos de agua se ensombrecieron y gruesas lágrimas rodaban
por sus mejillas.
—¿Por qué lloras? —Pregunté con el corazón encogido.
—¡Déjame¡ ¿Tú también? —dijo esto cansada de que todo el mundo
le hiciera la misma pregunta.
Me quedé absolutamente perdido, tenía razón, había olvidado que
las lágrimas sólo son propiedad de quien las derrama, y nadie puede
intrometerse en esa intimidad. Nada más se me ocurrió decir:
—Hay muchas clases de lágrimas, tú las debes conocer todas,
perdona por decirte cosas que no debía. Las lagrimas de la risa ¿A qué son las
mejores?
Dije esto para cambiar aquel rumbo de colisión que tomaba la
despedida, no quería que nada se rompiera.
Entonces ella sonrió mientras se secaba las mejillas con la
palma de la mano. Me miró con complacencia como queriendo decir que no pasaba
nada. Entonces dijo:
—Te echaré de menos.
—Yo también.
El sol estaba ya muy bajo, la brisa de poniente arreciaba,
empezaba a hacer fresquito.
Yo me sentía feliz de ver que aquellos ojos de agua se habían
convertido en mensajeros de felicidad, la luz que se reflejaba sobre sus iris
ya no se mostraba apagada, ahora esa luz era como un mensaje de su alma
renovada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario