viernes, 13 de junio de 2014

TIEMPO DEL ADIÓS

             
TIEMPO DEL ADIÓS



   Tiempo para esa mirada interior que nos llena de un fluir que nos va llevando hacia ese espacio de silencios.
   Tiempo sereno lleno de segundos, como un poema que mana desde la interioridad del alma.
   Tiempo para acrisolar la intimidad de sentirse amado al tiempo que se ama.
   Tiempo justo para preguntarle a la madrugada, a los árboles, a las piedras, al cielo, a las nubes, al mar, seguramente en ellos encuentres las repuestas a tus preguntas.
 
   ¿Qué nos está pasando? —Preguntó ella arrastrando las palabras, con un cierto pudor.
   Aquel atardecer traía un aire caliente, olía a yodo y la luz todavía era blanca. La brisa había dejado un cielo azulado, limpio y luminoso a la vez. El mar estaba liso como la superficie de un espejo.
   Era el día del adiós.
   Nuestras manos entrelazadas, caminábamos con cuidado por ese camino estrecho que bordea la orilla, buscábamos en nuestro silencio respuesta a esa pregunta.
   El camino al principio estaba alquitranado, pero lentamente la tierra lo había invadido convirtiéndolo en un veril estrecho, formado por piedras llenas de grietas por donde crecía la hierba.
   A nuestra derecha las olas lamían las rocas, en su ir y venir arrastraban como brillante purpurina dorada, apenas un golpe seco y sordo. En dónde no había rocas se formaba una espuma blanca, que al retirarse sonaba como si se vertiera gaseosa desde lo alto.
   —No sé la respuesta, sólo deseo amar y ser amado —Contesté apretándole la mano, mi corazón parecía que estuviera tocando el tambor.
   —¿Cuándo te volveré a ver? —Preguntó ella, aún sabiendo que esa pregunta no tenía respuesta.
   Al día siguiente yo partía hacia el frente de Kosovo.
   Me paré, estiré el brazo derecho y la abracé susurrándole al oído:
   —Pronto
   Ninguno de los dos hacíamos nada para finalizar el abrazo, bien al contrario nos apretábamos, cómo sin nos quisiéramos fundir en una persona.
   Al fondo se veía la ancha bahía y en medio un pequeño islote.
   Ella aflojó el abrazo y señaló hacia el horizonte.
   Esa mirada interior ha permanecido en mi todo este tiempo de hospital, y cuando miro el mar me reconforta saber que alguien me espera en la otra orilla.


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